Existe una diferencia entre el hambre psicológica-emocional, y el hambre de querer llenar el estómago. El alimento se asocia con experiencias afectivas. En ocasiones calma las sensaciones que tenemos interiormente, o sustituye necesidades que, paradójicamente no nos satisfacen.
Esta es la base del proyecto ‘Comiendo afecto’, del doctor Miguel Ángel Santana Castillo, experto en la relación entre los alimentos y las emociones, quien además tiene un Doctorado en Philosphy and Counselling Psychology, de la Universidad de Newport, Maestría en terapia Gestalt, formación en la Escuela de Claudio Naranjo en Educación, especialista en Crianza Ecológica y en Constelaciones Familiares, entre otros títulos.
En la novena mesa de análisis de la comunidad ‘Sanantes’, Miguel Ángel Santana identifica estos elementos en el hambre psicológica-emocional.
1.- La demanda es inmediata: “Es como si algo me atrapara, me secuestrara, y yo quiero comer ya”.
2.- Es gradual: “Diferenciar entre el alimento, el hambre de ingesta. Llega un momento donde yo me lleno y esta tensión de hambre se disminuye, baja. En cambio, en el psicológico-emocional, yo puedo continuar y continuar constantemente comiendo, y no va a haber este tope”.
Esto se denomina ‘Alexitimia’, que es la incapacidad de hacer contacto emocional con nosotros mismos.
“Esto de no estar sensibilizados, de perder completamente nuestro alfabeto emocional, y quedamos anestesiados ante lo que necesitamos. Y al no tener acceso a las emociones voy a buscar el alimento como una manera de estar disminuyendo esto que está pasando”.
“¿Qué podría estar pasando? Que no escucho mi ansiedad. La ansiedad es un mensajero, en el sentido de que me está hablando de que algo está pasando conmigo, entonces necesito aprender a escucharla. Y esto solamente es posible en el aquí y en el ahora. El cuerpo es presente, esto es bien interesante, el cuerpo vive en el presente. El cuerpo me habla de lo que me está pasando en este momento”.
Miguel Ángel propone regresar a habitar el cuerpo.
“Cuando le preguntamos a alguien qué está sintiendo, le estamos diciendo, ¿Puedes percatarte de todos los procesos de sensaciones que estás sintiendo en este momento? Y al mismo tiempo ¿Puedes quedarte ahí? ¿Puedes permitirte sacar la información de ese espacio?
En el mundo de hoy estamos mal acostumbrados a salir de este espacio vital. Abandonar el presente y quedarnos en la fantasía.
“La fantasía del futuro, genera, además de la propia ansiedad, también no permite que nosotros nos quedemos en estas sensaciones. En esta idea mal entendida de la búsqueda del placer, hemos olvidado que el proceso de la libertad implica también el proceso de la angustia existencial de saberme que soy libre, libre de elegir, no necesariamente la angustia tiene que ser un proceso negativo”.
Por ello es preciso preguntarnos, ¿De qué tengo hambre? Es decir, ¿Cuáles son las necesidades reales que estoy teniendo.
En la cuarentena, algunas interrogantes serían: ¿Hambre de contacto? ¿Hambre de expresión? ¿Hambre de protección?
“Tengo hambre de verde, tengo hambre de aire, de olores diferentes, mi cuerpo necesita moverse, necesita la expresión corporal. Entonces el alimento va a entrar aquí como una manera de adormecer y de hacer un sustituto, es un sustituto porque no termina de satisfacer la necesidad”.
Las respuestas dependen de cada persona. En este sentido, hay dos máximas del proyecto ‘Comiendo afecto’.
1.- La relación con la comida es la reproducción de otras relaciones.
2.- La compulsión por la comida es el intento de solucionar la relación afectiva.
“Pongo un ejemplo. Tal vez es un atracón muy fuerte y luego viene la sensación de culpa, me quiero retirar y no quiero saber nada del alimento. Vale la pena pensar con qué personas me vinculo de esta manera, y al mismo tiempo, de qué manera estoy reproduciendo con este ritual una dinámica con alguien más”.